Habían pasado veinticinco años
que se dicen pronto, algunos de los que estuvieron habían marchado a su regazo,
los que no estaban renovaban lo que ya conocían los mayores. Málaga se echó a
la calle y un cuarto de siglo después coronó de nuevo a la Virgen de la
Esperanza. Pocas procesiones se recuerdan con esa masiva afluencia de público,
era su gente, una devoción que traspasa fronteras, un icono que irradia lo que
nunca se pierde, la Esperanza.

Vestida con la nueva saya
regalada por los hermanos y devotos obra de Manuel Mendoza siguiendo diseño de
Salvador Aguilar, y con un rosario también de estreno lucía la dolorosa
perchelera. Sus clásicas azucenas exornaban el trono y unas biznagas, típicas
malagueñas que destilaban una hermosa fragancia. El trono contó con dos turnos
de hombres para portarlo.

Otro acto tuvo lugar en la Plaza
del Obispo, un acto de Fe, en este año que tanto se celebra y en el que se rezó
el Credo y intervino de nuevo la Orquesta con el poema de Esparza. De allí el
cortejo fue buscando el itinerario de vuelta de cada Jueves Santo desembocando
en Carreterías a los sones de Campanilleros por la Banda de Música de la propia
cofradía y donde se congregaba un numeroso público que ya no la abandonaría
hasta su encierro pasadas las cinco y media de la madrugada. Sin olvidar las
petaladas, los balcones engalanados para la ocasión, las poesías, y la voz de
Juan Rosén, que veinte cinco años después volvió a preguntarle a la Esperanza
que donde iba.
Nos trajo la primavera, ahora en
una noche de luna llena nos ha regalado el verano. Málaga es de la Esperanza.
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