La Archicofradía de la Sangre celebra el setenta y cinco aniversario de la bendición de su Cristo, José María de las Peñas nos recuerda como fue aquella primera procesión.
"Hoy es un día muy especial para
la Archicofradía de la Sangre, se cumplen 75 años de la primera salida
procesional del Santísimo Cristo que tallara el insigne malagueño, Francisco
Palma Burgos (1941-2016)".
Crónica de aquel
lejano Miércoles Santo 9 de abril de 1941
A las siete de la
mañana, una buena comisión de gente joven de la Archicofradía quedaron citados
en el parque de Málaga. Transportados en una pequeña camioneta, llegaron a los
jardines del Castillo de Santa Catalina, situado a continuación de Gibralfaro,
cuyos propietarios habían ofrecido unos magníficos geranios de sus jardines
para el adorno del trono, ya que la Hermandad se encontraba sin recursos
económicos. Bajo las órdenes de un jardinero y cada uno con sus tijeras traídas
de casa, empezaron la tarea y al poco tiempo llenaron la caja de la
camionetilla. A las once de la mañana, estuvieron los hermosos geranios rojos
en la puerta de San Felipe Neri. Los jardineros se pusieron manos a la obra,
mientras Palma Burgos y sus ayudantes daban los últimos retoques de purpurina y
barniz a las grecas, volutas y rocallas de escayola sobre la madera del
cajillo, en la pequeña mesa del nuevo trono.
Los claves rojos que
el Cristo llevaba a sus pies fueron gracias a las aportaciones particulares de
algunos cofrades, entre ellos una hermosa canastilla de la Archicofradía de la
Esperanza.
A las ocho y media
de una magnífica noche de primavera del Miércoles Santo, de 1941, diez años
después del último desfile procesional desde la desaparecida iglesia de la
Merced, lo hacía de forma y maneras procesionales más modestas y menos
suntuosas la Archicofradía de la Sangre. Se puso en marcha por calle Parras
adelante, camino del Molinillo y calle Ollerías.
El trono, de pequeñas dimensiones
pero vistoso, portaba las imágenes del Stmo. Cristo y a su derecha la Virgen
Dolorosa, talla de Gutiérrez de León (s. XIX). La iluminación iba bien
distribuida, realizada con algunas tulipas rojas y blancas, ayudadas por unos
focos que iluminaban de forma efectista las sagradas imágenes titulares, todo
resaltado por la colación de los adornos florales a base de geranios rojos, muy
apretados, dando la sensación de parecer “flores nobles” aunque se tratase de
flores tan sencillas y populares. Buen trabajo de los jardineros.
El orden de la procesión
fue el siguiente: Guardia Civil montada a caballo, a continuación una sección
del Real Cuerpo de Bomberos, seguida de una banda de cornetas y tambores de la
Legión, que fue muy aplaudida durante el recorrido. En el frente de la
procesión figuraba la Cruz Guía y unos artísticos faroles y bocinas (prestadas
por otras Cofradías). Otra banda de tambores y cornetas, llamada de “segunda
fila” seguía la comitiva.
A continuación, la
Bandera de la Agrupación de Cofradías escoltada por una representación de las
diferentes Hermandades que vestían de nazarenos.
Los mayordomos y
cargos iban vestidos de la siguiente manera: Túnicas y capirotes de terciopelo
grana tostado (siendo éstas las antiguas de los penitentes de la Virgen del año
1929, antes malva y ahora teñidas de color rojo). También lucían capas de color
hueso, con cíngulos dorados y calzando zapatillas o zapatos negros y calcetín
rojo. Los que calzaban zapatillas lucían hebillas doradas, como impuso la
costumbre en los años veinte.
Después seguía una
doble fila de penitentes con túnicas y capirotes blancos (también prestados).
Estos penitentes de vela portaban un “invento” muy de la época, que suplía a
aquellos gruesos cirios tan caros para los tiempos que corrían; no olvidemos
que fueron años de sucedáneos. Se trataba de un cilindro metálico pintado de
blanco y que en su interior contenía agua y carburo, originando el gas
necesario para iluminar con una luz azulada.
Le seguía una
nutrida representación compuesta por el Alcalde, el Gobernador Civil y la Diputación,
Jefes y Oficiales del Ejército y de la Marina. En representación de la
Hermandad, Juan Baena Gómez, iban además el Gobernador Militar de la Plaza,
Coronel Juan Medina Togores, Hermano Mayor Honorario y las distinguidas
Camareras de Honor de la Archicofradía, Purificación Rabanal y María Gross,
esposas del Gobernador Militar y ayudante respectivamente. Cerraba marcha la
Banda de música compuesta por cornetas y tambores de San Bartolomé.
El desfile procesional por el
recorrido oficial fue apoteósico. En la Alameda Principal, la compañía de
soldados de la Aviación rindió honores a la incorporación del Pendón Real de
Castilla, acto que junto con los acordes del Himno Nacional se convirtió en uno
de los más emocionantes del recorrido. La insignia Real era portada por el
Teniente Coronel Sr. González Moya escoltado por los alféreces, Cuenca Romero y
Romero Peláez, pertenecientes al Cuerpo de Infantería y de Aviación
respectivamente. El Pendón de Castilla iba escoltado por una Escuadra de
Aviación.
A continuación, en
la tribuna oficial de la actual plaza de la Constitución se montó un
espectáculo de luz, encendiéndose muchas bengalas rojas desde los balcones de
los edificios colindantes, otorgando al lugar una luminosidad inusual a la vez
que espectacular.
Los vítores a la Sangre fueron
incesantes, mientras la procesión se dirigía a la calle Granada camino de la
Plaza de la Merced. Las pequeñas dimensiones del trono hacían posible su paso
por la estrechez de esta calle, y llegando a la placita, esquina a las calles
de San Agustín y calle Beatas, hubo un pequeño “paro” y así darles un descanso
y refrigerio a los hombres del trono (todavía perduraban las antiguas
costumbres).
La llegada del
Santísimo Cristo de la Sangre ante las ruinas de la que fue iglesia de la
Merced, incendiada y destruida, resultó emocionante. Cuando el trono se iba
acercando sonó el toque de atención de un cornetín y las bandas de música
interpretaron nuevamente, el Himno Nacional, mientras desde los balcones de las
denominadas Casas de Campo y adyacentes se encendían igualmente bengalas rojas.
El Director Espiritual de la Archicofradía y párroco de San Felipe Neri, Luis
Vera Ordaz, pedía silencio para poder rezar un Padre Nuestro en memoria del que
fuera Hermano Mayor de la Sangre y primer Presidente de la Agrupación de
Cofradías, Antonio Baena Gómez, asesinado en la Guerra Civil, así como para
todos los cofrades fallecidos de la Sangre. Muchos de ellos enterrados aún en
la cripta de aquellas ruinas mercedarias… siglos atrás. La oración se hizo con
todos los presentes arrodillados. Una vez finalizado este pequeño acto… ¡de
nuevo una explosión de júbilo, aplausos y repique de campanillas!..
En este ambiente se
llegó a la Parroquia de San Felipe Neri, donde de una manera también
emocionada, el antiguo templo recibía a la Sagrada Imagen del Cristo de la
Sangre. El encierro fue como todos, un bonito espectáculo, con mecida del trono
entre repiques de las campanas del templo filipense y campanillas de los
nazarenos, aplausos y abrazos, muchos de ellos veteranos con los ojos llenos de
lágrimas. La Archicofradía de la Sangre estaba de nuevo presente en la Semana
Santa malagueña.
José María de las
Peñas Alabarce