El pasado 2 de mayo, la Archicofradía de la Expiración conmemoraba el primer centenario de su fundación, cien años de la unión de dos devociones. Las circunstancias actuales impidieron desarrollar los actos programados por la corporación con motivo de la efeméride, pero una carta de su director espiritual, Rvdo. Alfonso Crespo puso en marcha y a través de las redes una procesión extraordinaria.
“Una procesión extraordinaria”
Con un hermoso título: «El encuentro de dos devociones», estamos celebrando el Centenario de la refundación de la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Señora de los Dolores Coronada. Habíamos trazado todo un Programa de celebraciones religiosas y de actos culturales. Hemos podido celebrar solo algunas y asistir a varios de ellos. El momento cumbre sería la celebración de la Eucaristía el próximo día dos de mayo, presidida por nuestro obispo. No lo podremos festejar presencialmente: el confinamiento de esta pandemia nos impide situarnos cara a cara con los ojos fijos en el rostro sufriente de nuestro Cristo y sumar nuestras lágrimas de dolor a las que brotan de los ojos serenos de nuestra Virgen.
Pero el amor y la devoción rompen todas las barreras. Os invito a cerrar los ojos y traer a nuestra memoria las imágenes de nuestros Sagrados Titulares. El amor y la devoción, graban las imágenes en la memoria del corazón. Y esta memoria inmaterial no necesita de la presencia física sino que se activa simplemente con el deseo: entorna los ojos e imagina que el Cristo de la Expiración viene hasta ti y sin tocar a tu puerta, porque tiene la llave de tu corazón, se mete en el salón de tu casa; asómbrate si intuyes que una mano cariñosa se posa en tu hombro, en la cocina, y apretando te dice: ¡No tengas miedo, yo estoy contigo! Y al volverte, dibujas en tu sonrisa el rostro de la Virgen de los Dolores.
Voluntariamente no se había programado ninguna salida extraordinaria de los Sagrados Titulares. Sin embargo, dadas las circunstancias, este año habrá, sin previo aviso, una procesión extraordinaria: sí, será la procesión más sorprendente de la historia, con el itinerario más largo de las crónicas de las cofradías.
El día dos de mayo, aniversario del Centenario, al atardecer, que es la hora del amor, se abrirán virtualmente las puertas de la Parroquia de San Pedro y desde dentro, tan solo acompañados por el calor de la devoción, saldrán con un orden inverso las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores y del Santísimo Cristo de la Expiración: será la Madre, como única y dulce Cruz guía, la que vaya abriendo el cortejo en las calles silenciosas de una ciudad desierta, porque ella representa la fortaleza de cada madre que por amor a sus hijos rompen el miedo de todos los confinamientos. Y sus ojos mirarán hacia atrás buscando al Hijo que le sigue con las fuerzas desgastadas, a punto de expirar. La plaza de Enrique Navarro, sin nazarenos, sin banda, sin devotos, sin toques de himnos ni de campana… se inundará de una luz cálida que recubre de misterio la noche y una nube de incienso descenderá con discreto olor: ¡la procesión está en la calle! Solo se ha oído una voz femenina: «¡Adelante, Hijo!».
Y el cortejo iniciará un itinerario sorprendente, desafiando todas las retransmisiones televisivas, sorteando todas las fotografías: no se quieren testigos gráficos de esta procesión, solo se permiten las imágenes que se graban en el corazón. La Avenida de Andalucía nos conducirá en volandas… en un pulso sostenido, a prisa, hasta girar a la derecha y embocar el Hospital de Carlos Haya: primera parada, con el toque de campana del dolor.
María, se despojará del manto, dejará a los pies de la Cruz del Hijo la Corona y se adentrará en el Hospital con aire decidido: un beso a la enfermera de turno, un abrazo al médico de guardia y abrirá la puerta de la UCI, cubierta por el EPI del amor; tocando frentes, apretando manos, hará llover sobre todos los enfermos una copiosa «petalada de besos». Saldrá presurosa, ante el asombro de celadores y personal de mantenimiento, a los que alienta con una sonrisa que alivia sus fatigas. Cada uno de ellos, provocará una cascada de whatsaap: «nos visitó el mejor refuerzo».
En la calle, de nuevo, será el Hijo el que tomará la iniciativa. Cubrirá con el manto a su Madre, para protegerla del relente frío del dolor y, ahora como Nazareno, cargará son su Cruz dirigiendo sus pasos por la alargada calle de la Amargura, que conduce por barrios insospechados de procesiones hasta desembocar en la soledad del Cementerio. De pronto, la simulada cruz sin Cristo que desde el exterior preside la capilla mayor se inundará de luz, como un fuego que graba la imagen de la Expiración en aquella cruz desnuda. Y se oirá en el silencio imponente de la noche, como un Pregón de siete Palabras: «¡Padre, que donde voy yo estén también estos que tú me has dado!». Un palmear callado se oirá en la amplitud del campo santo, y el eco retumbará en todos los cementerios y columbarios de la ciudad… Las palabras del Crucificado han convertido el silencio de los muertos en un aplauso de vida. Un twiter se hace viral: «donde abundó la muerte, sobreabundó la vida». La noche se ha cubierto de estrellas.
Y comienza la vuelta a su templo… La procesión singular, lentamente se sentirá acompañada: a su paso, las sirenas de un coche de policía abrirá cortejo, supliendo el rítmico paso de la Guardia Civil; las calles se mostrarán relucientes con el brillo del agua que van volcando los camiones de limpieza desinfectante; militares vestidos de verde esperanza y bomberos atentos custodiarán la tranquilidad del sueño, una ambulancia romperá silencio, cantando una desgarrada saeta; los golpes de los contenedores sobre los camiones de basura, rememorarán los golpes de los clavos; los largos camiones, como procesión de solidaridad, asegurarán el alimento en vigilantes supermercados; un repartidor de periódicos cruzará el cortejo de acera a acera, alumbrando la noticia; viajeros anónimos -voluntarios del amor- guardarán distancias, en el bus, en el metro… buscando el consuelo del Cotolengo, del Buen Samaritano, de las Hermanitas de los pobres… rompiendo la soledad de un anciano anónimo en cualquier Residencia. El batir de alguna ventana denunciará el insomnio de la soledad de un anciano aguarda la llamada de los hijos… El llanto de un niño nos alertará que sigue la vida… Callejones del Perchel ha vuelto a estrecharse, recordando otras pandemias, para rozarse con sus devociones y conmemorar su encuentro.
En esta procesión de vuelta, Cristo retendrá su muerte en lenta expiración para alentar la vida… María, ocultará sus siete dolores para poner bálsamo de esperanza en todos los pechos heridos. El paso del singular séquito convertirá la angustia en esperanza, el dolor en serena alegría. Y el cortejo llegará de nuevo ante la fachada de la Casa Hermandad: solo se oirá el rito de la fuente, como un llanto por todas las penas, por todas las soledades, por todas las muertes… De nuevo el incienso y el olor de las flores pondrán bálsamo, levantando la mirada desde la tristeza de la tierra a la alegre esperanza del cielo.
Nunca una procesión comenzó tan sola y terminó mejor acompañada.
Solo se entreabrirá una puerta, virtualmente, empujada por la fuerza del corazón de todos los que acompañaremos, sin salir de casa, esta solemne procesión. Y la despedida: Se detendrá la Virgen ante el Cristo, cediéndole el paso. Pero el Hijo, pedirá a la Madre que se acerque… y con los clavos de la Cruz en una mano, con la otra tomará de nuevo la corona y la ceñirá en sus sienes. De una ventana entreabierta, se escapará el son de la Marcha de Coronación…
Es noche cerrada, como las tinieblas de un sepulcro. Pero la Madre sabe que la oscuridad se romperá con la alborada del día: se anunciará el hermoso pregón de la Resurrección del Hijo.
Alfonso Crespo Hidalgo,
Párroco de San Pedro y Director espiritual de la Archicofradía.
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