La Pascua de Resurrección es la
fiesta litúrgica más importante del cristianismo. En ella celebramos
el triunfo de Cristo sobre la muerte, que es el “máximo enigma
de la vida humana”. El temor por la desaparición perpetua es
algo que atormenta al ser humano, porque lleva dentro de sí la
semilla de inmortalidad y eternidad, recibida de Dios (cf. Gaudium et
spes, 18).
El misterio pascual de Jesucristo es fuente de vida y de
esperanza. Bebamos de ese manantial, que salva y sana el daño causado
por el pecado. Esta fuente nos lleva a la vida eterna (cf. Jn 4, 14),
realizando así el anhelo humano de eternidad. Cristo resucitado es la fuente de
nuestra alegría y de nuestra esperanza. “Desde el corazón de la Trinidad, desde
la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran
río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse (…). Cada vez que
alguien tenga necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no
tiene fin. Tan insondable es la profundidad del misterio que encierra, tan
inagotable la riqueza que de ella proviene” (Misericordiae vultus, 25).
La Iglesia, y en ella todos los cristianos, está llamada
a ser el primer testigo veraz de la misericordia, el
testigo cualificado de la Resurrección de Jesucristo, rostro de la
misericordia del Padre.
¡Que la entrañable misericordia de nuestro Dios nos
llene de su amor y de felicidad!
Mensaje de Pascua de D. Jesús
Catalá, Obispo de Málaga.
Fuente y foto:Diócesis de Málaga
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